La determinación de la paternidad no es algo exclusivamente de nuestro siglo. Los parecidos físicos entre un niño y un adulto que no deberían parecerse causaron más de un estrago desde los tiempos del Imperio Romano.
Aunque las pruebas de paternidad se ha popularizado en los últimos años, hasta hace bien poco no teníamos más recursos que los romanos en la forma de concluir las dudas sobre la paternidad. No fue hasta el siglo XX en que se pudo avanzar en esta problemática, dando soluciones a este tipo de conflictos.
Los antecedentes de las pruebas de paternidad
El descubrimiento de los grupos sanguíneos
El primer hito lo ubicamos en el año 1900 de la mano de Karl Landsteiner, patólogo y biólogo austriaco. Su aportación fue – nada más y nada menos – que descubrir y tipificar los grupos sanguíneos (A, B, 0). Dos años más tardes, dos alumnos del biólogo descubrieron un cuarto grupo sanguíneo que denominaron AB.
Este descubrimiento, donde se estableció la compatibilidad sanguínea entre personas, supuso toda una revolución. Fueron los inicios que facilitaron tanto el análisis para esclarecer litigios de paternidad como la posibilidad de poder realizar transfusiones de sangre seguras, entre otros avances.
La herencia del grupo sanguíneo
Muy vinculado al anterior hito, cabe destacar el reconocimiento por parte de la comunidad científica en el año 1915 de la herencia de los grupos sanguíneos, según el patrón descrito por Gregor Mendel en el año 1865 en sus experimentos vegetales y corroborado posteriormente por Felix Bernstein en el año 1924.
No hace falta explicar por qué el componente hereditario de los grupos sanguíneos supuso un hito importantísimo a la hora de analizar dos muestras de sangre para comprobar posibles parentescos.
Primeras pruebas de paternidad: quién NO es el padre
Los descubrimientos explicados anteriormente sobre el análisis de los grupos sanguíneos fueron clave para realizar las primeras pruebas de paternidad de la historia. Concretamente, la primera prueba legal registrada se dio en Alemania en el año 1924.
Y la verdadera revolución llegó entonces. En tan sólo los cinco años posteriores se procesaron más de 5.000 casos procedentes de litigios. Pronto se sumaron los tribunales de otros países de Europa al uso de estas pruebas y Estados Unidos aprobó esta técnica en el año 1937.
Sin embargo, a pesar de los avances, era poca la exactitud de estas pruebas. El único resultado fiable era cuando el presunto padre resultaba no ser el padre biológico, es decir, en los casos de exclusión.
Fiabilidad de las primeras pruebas de paternidad
El problema radicaba en que la determinación de la paternidad se realizaba comparando grupos sanguíneos. En ciertas áreas geográficas existía poca variabilidad étnica y, como consecuencia, era frecuente un grupo sanguíneo en concreto. Esto dificultaba el análisis ya que no tenían más recursos a la hora de profundizar y analizar dos muestras de ADN.
El descubrimiento en 1940 del sistema Rh y de los nuevos subgrupos hizo más sencilla la labor de comparación de muestras. Aún así, seguía sin resolverse el problema y sólo se podía determinar la “no compatibilidad” de lazos familiares.
Evolución de las pruebas de paternidad
El sistema HLA en pruebas de paternidad
El mundo de la ciencia siguió avanzando y en los años 60 se descubrió el sistema HLA (antígenos leucocitarios humanos, por sus siglas en español).
Se trata de unos antígenos que podemos encontrar en cualquier tejido (muscular o nervioso) y en los glóbulos blancos de la sangre de cualquier persona. Este sistema es también hereditario y comenzó utilizándose para este tipo de pruebas, indicando un porcentaje de probabilidad de paternidad en las pruebas de paternidad.
Aún así, esta prueba no daba una respuesta inequívoca de que alguien pudiera ser el padre con una certeza absoluta. Por ello, actualmente el sistema HLA ya no es utilizado para test de paternidad, sino para comprobar la compatibilidad (histocompatibilidad) de dos pacientes en el caso de un trasplante de órganos, por ejemplo.
RFLP para pruebas de paternidad
La técnica fue desarrollada por Alec Jeffreys, descubridor de la “huella de ADN” en 1985. Esta técnica fue utilizada durante años para las pruebas de paternidad, resultando ser relativamente exacta y sobre todo muy económica. También supuso un antes y un después en la ciencia forense. Con todo, hoy en día se considera una técnica obsoleta.
En un resumen comprensible, podríamos decir que esta técnica permite “trocear” el ADN en lugares estratégicos para buscar una secuencia específica dentro de la cadena, para analizarla posteriormente. Estos fragmentos se colocan en una superficie gelatinosa a la que se le aplica un proceso eléctrico para separarlos por tamaños y se expone a diversas sondas para analizar las imágenes posteriores.
Técnica STR: tecnología punta
Esta es la técnica considerada como más avanzada cuando hablamos de pruebas de paternidad.
Con esta técnica, se buscan aquellas regiones del ADN heredadas o que pueden variar de una persona a otra. Estas variaciones de secuencias entre el ADN de personas se conocen como polimorfismos. Son precisamente estas secuencias las que se analizan con esta técnica, buscando las “repeticiones cortas en tándem” (STR, por sus siglas en inglés).
Por norma general, será la técnica que encontrarás en cualquier laboratorio especializado en pruebas de paternidad por su exactitud y eficacia.
Texto revisado por la Doctora Pilar Arca Miguélez, Responsable Científica de Ampligen